viernes, 26 de octubre de 2012

El salón de belleza

En mi próxima vida, porque la voy a tener, en vez de pedirme ser caballo, león, pez o ave, quiero ser gay. 100%. Por los cuatro costados. Como una buena tortilla de patatas: bien cuajada, con sustancia, con personalidad, con solera, doradita por fuera y esponjosa por dentro. ¡Ojo! Y que no se me ofenda nadie. Que no quisiera herir sensibilidades. No. No soy yo de esas que practica la retórica hiriente haciendo sorna de ello. ¡Líbreme Dios de pensarlo! Injusta sería conmigo misma y con mis principios de respeto a los derechos de tercera generación. Nada más lejos. Pero déjenme soñar por un momento que soy otra; que volveré a vivir o aparecer con otro cuerpo. Y quien sabe, si más evolucionado. 
Todo este delirio hecho vox pópuli, - últimamente mi mente anda como caballo desbocado; sería capaz de farfullar tres tristes tigres hay en un trigal con toda la boca llena de munchitos, sin despeinarme- , viene a cuento porque ayer, en virtud de mi salud mental decidí realizar un ejercicio de reafirmación de autoestima, fui a rasurar mi hermosa cabellera de sioux en pie con el puño en alto optando por ir a una nueva peluquería pensando, que un cambio de imagen y de aires no me vendría mal. Quizás suena a gilipollez; ¿en qué puede afectar un cambio de peluquería en el estado de ánimo? A mí, en mucho. Otra de tantas cosas que me caracterizan es no ser fiel a los desayunos rutinarios que terminan por hacerse costumbre en cafeterías, ni a las peluquerías. Esto último para una mujer es tener agallas pues abandonar a un peluquero es como poner cuello en guillotina, un suicidio. ¡Qué le vamos hacer! No soy mujer que me ate a lo habitual; termino aburriéndome. Y antes de que suceda  le intento poner freno buscando el cambio. Ayer, era vital hacerlo. Era de S.O.S
Como iba diciendo, una nueva peluquería que llamó la atención a mi instinto de intrépida y arrojada pica flor. Y, ¿cuál fue mi sorpresa? Encontrarme con un auténtico escenario más propio de la gala drag queen  que de franquicia de peluquerías tipo...bueno ya sabemos todos. 
Lo primero que pensé: "tener un carácter definido un día de estos me traerá problemas. A veces sería más consecuente hacer caso al juicio y al sentido común que a los actos deliberados e impulsivos de un espíritu desordenado y atrevido. Nada de practicar situacionísmo, te lo tengo dicho, mari."
Pero, ya era demasiado tarde. Fue poner el pie en el umbral de la puerta y ¡zas! Captación de cliente.
-Buenas tardes. Mi amollll, ¿qué te vas hacer?
Aquellas melosas palabras con acento elástico, flácido y tierno, acabaron por confirmar mis sospechas. Estaba en el paraíso gay de "JOHAN MANOS TIJERAS."
No sé si presa del pánico, de la vergüenza o de querer abortar la misión: salvemos a Yoli, pero ya no podía dar marcha atrás. -¡Mierda!- Pensé. No se trataba de un centro comercial que en cualquier momento puedes utilizar el recurso de: "sólo estoy mirando", y darte el piro. No. Aquí nada de zarfarse. Sólo quedaba apechugar, sí o sí.
-Hola. Buenas tardes. Dije, haciéndome la sorprendía. 
-Quería cortarme, -y justo cuando iba a decir....el pelo me di cuenta de la estupidez del chiste fácil, consecuencia de los nervios y que posiblemente hubiera acarreado un sonrojo bochornoso o quizás alguna respuesta de esas, obvias, que te dejan, por espacio de corto tiempo, quedar como el ser más tonto de la faz de la tierra: Y..., ¿qué hacemos aquí, si no cortar el pelo?
Doy las gracias a mi mini-yo que supo controlar mi lengua para dejarme caer rendida a los pies del estoicismo gay del salón de belleza. 
-Rubén, por favor. Atiende a la señora.
Rubén era...Rubén. El elegido. El peluquero. Mi salvador. 
Rubén me indica que le siga. Comienzo a adentrarme en un pasillo laaaargo, laaaargo...y poco iluminado. -¡Ay Dios mío! ¿Dónde me he metido? Aunque he de confesar que en el fondo me gustó aquella sensación un tanto enigmática. 
Pasamos una primera sala donde había otro peluquero trabajando y un chico esperando a que le cortaran. Continuamos a una segunda, el salón de manicura. Y finalmente llegamos a destino: zona de lavado. Otra de las cosas que me gustó es que esos tres minutos, aproximadamente, que dedicamos a caminar por aquel pasillo de paredes pintadas de negro con decoración barroca en plata, me olvidé de todos mis tormentosos y angustiosos pensamientos. Me sentí bien. Muy bien.
Ya puestos en faena. Rubén me pregunta:
- Bueno, mi amolll (voz melosa y amable) ¿qué tenías pensado?
- Pues no sé. Lo dejo en tus manos.
Decirle a un peluquero eso de, "lo dejo en tus manos", es una perita en dulce. Trabajar con libertad les libera la creatividad y los desestresa. Con lo cual, el porcentaje alto de que elaboren un buen trabajo, está garantizado.
Rubén se puso manos a la obra. Chassss...chasssss....chasssss....chasssss....Las tijeras se movían a una velocidad pasmosa demostrando su avezado y experto manejo. Chassss...chassss..chaasssss...
Rubén tenía, tiene un don. Pero además de ese don para desarrollar su trabajo, además, irradiaba buena onda. Su arte se adaptó perfectamente a mi fisionomía. Conectamos. Perfecta simbiosis entre cliente y dador de mejora estética.
Mi objetivo de lanzarme al situacionismo en busca de un subidón de autoestima, se había cumplido. No hay nada mejor que eso, de un hecho tan simple concluir con significados imprescindibles para el encuentro del bienestar. Hoy el salón de belleza, mañana un paseo a la orilla del mar, pasado un cafe con amigos, el otro una sonrisa de tu hijo...La vida no ha de regirse por reglas únicas que violarán nuestra sensibilidad, nuestra capacidad de emocionarnos aspirando a SER, encontrando nuestro YO sin maquillaje ni disfraz.

  


2 comentarios:

  1. Yo quiero la foto!! jeje.
    Una vez dije lo mismo que tú "has lo que quireas, corto, largo, como sea" me dejó increíble! jaja.
    Volverás con Rubén?... yo creo que si.
    Saludos.

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    Respuestas
    1. Hola Pamela. Qué bueno verte por aquí!!!
      Pues sí, seguro que repetiré: tengo que darle las gracias por el subidón de autoestima.
      Gracias guapa

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